Representación de la Inmaculada según la iconografía tradicional: en pie, con las manos unidas en oración, ataviada con túnica blanca y manto azul, apoyada sobre media luna invertida y tres cabezas de querubines. Todo ello en medio de un rompimiento celeste. La figura de la Virgen queda flanqueada por dos ángeles que portan sendas varas de azucenas. Tanto las flores, como el cedro y la torre que se aprecian en el breve paisaje del fondo, son exponentes del conjunto de alegorías vinculadas a la Virgen, símbolo de pureza las primeras y alusivas a las Letanías las otras dos.
Sigue la iconografía propuesta por Francisco Pacheco e impuesta formalmente a través de la obra de Alonso Cano, cuyo modelo para el oratorio de la catedral de Granada sigue con fidelidad. Se desconoce el autor de la obra, pero en cualquier caso se vincula al ámbito artístico granadino, por la sujeción a modelos canescos, y a un momento de tránsito entre los siglos XVII a XVIII.