Escultura de San Pedro que se integra en el retablo exterior que, en el primer tercio del siglo XVII, vino a ampliar una estructura retablística de finales del siglo XVI. Fue entonces cuando se dedicó a la Inmaculada Concepción de María, imagen que preside el conjunto. La presencia de este santo en el retablo, no relacionado directamente con la iconografía concepcionista, bien pudo responder a devociones particulares de los comitentes de esta reforma artística; concretamente, se ha identificado a Pedro de la Parra, patrono que dejó su escudo en el banco del retablo y que, posiblemente, quiso ver efigiado a su santo patrón en el mismo. Captado de pie, muestra los rasgos físicos habituales de este santo, de cabellos canos y barba corta. Se dispone en actitud frontal y en marcado contraposto, extiendiendo sus brazos. Con la mano izquierda sostiene el libro de las Sagradas Escrituras, hacia el que dirige su concentrado rostro, de rasgos realistas; en la mano derecha, que hoy se muestra vacía, debió portar las llaves del Paraíso, su principal atributo iconográfico. Va vestido con una indumentaria ricamente estofada: túnica oscura y manto marfileño, recorrido por amplios motivos vegetales dorados y orla con decoración polícroma. Destaca el tratamiento del manto, que recorre la imagen en diagonal, describiendo profundos y ampulosos pliegues que dinamizan la imagen. Sus características estilísticas -perfil de la imagen, tratamiento de los ropajes...-, entroncan con la escultura barroca sevillana de hacia 1630.